Tenía un corazón,
lleno de parches mal pegados
de las veces que le habían pegado una paliza,
y nadie se había dedicado a curar las heridas.
De manos pequeñas,
muñecas finas,
y alguna que otra cicatriz de las que no estaba orgullosa.
No eran cicatrices de combate,
sino cicatrices de lágrimas,
porque sí,
el dolor también deja heridas,
no sólo las heridas hacen el dolor.
Incontables las veces que había caído,
ninguna mano para ayudarla a levantarse,
el mundo estaba demasiado ocupado preocupándose por sí mismos.
Con sus mil y un defectos,
su propio desprecio al mirarse al espejo,
la envidia de no tener lo que tenían los demás.
Estaba tan preocupada ayudando a las personas que la rodeaban
que simplemente olvidó preocuparse de ella misma.
Su felicidad era la felicidad de los demás,
pero eso no era más que un mero engaño,
las sonrisas de los demás no nos dan la felicidad.
Todas las noches salía a ver las estrellas,
pedía algún que otro deseo,
siempre solía ser el mismo,
quería verse guapa y ser vista así por los demás,
necesitaba la aceptación,
carecía de confianza en si misma.
No se daba cuenta de que lo más importante es la propia aceptación,
para ser querida primero hay que quererse.
viernes, 30 de octubre de 2015
Cicatrices mal curadas.
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